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Crónica de un despropósito.

La desvergüenza tiene nombre y apellidos. El último párrafo del epílogo más triste que cabía imaginar se escribió este mediodía en el Santiago Bernabéu. Tristeza es lo mínimo, y más sano, que inspira la caída de un equipo que se coronó campeón de Europa y del Mundo tres años consecutivos.

Las risas de Bale y Kroos en el banquillo mientras el equipo zozobraba, es la metáfora perfecta de lo que ha sido un final de temporada de sainete. La profesionalidad ha brillado por su ausencia, y la desidia, la desgana, y porque no decirlo, la poca vergüenza han sido la constante en la que se ha ahogado este equipo de leyenda. El segundo mejor Real Madrid de la historia ha quedado muy por debajo del mejor Real Madrid de la historia, aquella escuadra de la gesta de las cinco Copas de Europa consecutivas. El ego desmesurado de una plantilla históricamente (en las buenas y en las malas, en los éxitos y en los fracasos) malcriada hasta el infinito, ha devorado todo lo bueno que hizo este equipo. Los recuerdos de Lisboa, Milán, Cardiff y Kiev, quedarán para la historia del club, pero el suicidio deportivo protagonizado en estas últimas jornadas también lo recordaremos siempre. Sea por baja forma, o directamente por tirar la toalla y arrojarse a los pies del enemigo, pocos se salvan. Pero quizá lo más sangrante sea que los pocos salvados, la nueva ola que ha sido la única en mostrar entusiasmo, ganas, y amor propio, es la que como de costumbre pagará el precio más alto. Ojalá y las especulaciones no sean más que eso, pero si la limpia se lleva por delante a Reguilón, Brahim, Llorente, y Vinicius, el harakiri puede ser aún más doloroso. Zidane se asoma al abismo de ser el culpable de todo si la próxima temporada no se cumplen los objetivos. Se podría decir que ya le está viendo las orejas al lobo. Por un parte se ha dado la razón a sí mismo, cuando abandonó el barco hace casi un año viendo en el horizonte al iceberg de la vanidad y la catástrofe. Y por la otra, en un giro de guión que muy pocos entienden, pretende reconstruir el equipo con los hombres que lo dejaron en la cuneta hace año y medio tirando la penúltima Liga, los mismos que ahora han demostrado que lo mejor que pueden hacer es marcharse lo antes posible para intentar limpiar la enorme mancha de sinvergonzonería.

Tema aparte es la decisión tomada con Keylor Navas. Sin duda el futbolista más querido de esta plantilla de ensueño que ha despertado de su cuento de hadas. Habría que analizar porqué (o más bien para qué) vino Courtois el año pasado, y yendo más atrás habría que preguntarse porque se insistió tanto con De Gea cuando año tras año Keylor nos salvaba en los momentos cruciales de las eliminatorias europeas. Quizá todo puede resumirse con la premisa de que el Real Madrid no se merece al costarricense. Demasiado humano y demasiado humilde en un club, con sus luces y sus sombras, tan frívolo y especulativo. Cabe preguntarse si esta falta de ganas y compromiso, esta ruindad y ninguneo al afocionado, se hubiera producido con Cristiano en el vestuario. Con todos los defectos que pudiera tener el portugués, cuesta imaginarlo bajando los brazos, indolente ante los derrotas e impasible en el naufragio. Y si para algo nos puede servir la tragedia inglesa del Barça es para aborrecer la bajeza de congratularnos con los derrotas ajenas en una temporada más que despreciable, en la que no contentos con no ganar nada, ni con no competir seriamente por ningún título, con todo perdido pero la honra intacta, el equipo decidió dejarse humillar cada vez que pisaba el césped.

Al margen de Hazard, los que puedan llegar, y los que no vendrán nunca pero que conviene mencionar para volver a ilusionar al pueblo, un equipo profesional de Primera División no puede comportarse de la manera que hemos visto; como tampoco su entrenador puede repetir tras cada derrota, una y otra vez en rueda de prensa, que ojalá termine pronto la pesadilla. Ni los conformismos miserables, ni los segundismos encubiertos han formado jamás parte de la historia del Real Madrid. La profesionalidad y el espíritu competitivo por delante de todo. Ir dando pena nunca ha sido bandera del madridismo.



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