top of page

Con X de sabio

Elegancia, estilo, técnica, control. Definir el juego de Xabi Alonso es un ejercicio tan sutil como lo eran sus movimientos en el campo. El último gran caballero del fútbol, de ese fútbol regio de corazón, cabeza y garra; se retiró de los terrenos de juego en 2017 y con él se marchó esa generación de centrocampistas totales, esos box to box de la vieja escuela que no necesitaban la explosividad de una carrera porque llevaban una máquina de dar pases cuánticos en las botas. Esos samuráis de golpeos certeros y finos, de controles con el interior deteniendo el tiempo, y de empeines mortales.


Xabi se crió con los mejores en Inglaterra, curtiendo su armadura de gentleman bajo la lluvia y el fango de todos los campos de Su Majestad. En nuestra memoria televisiva nos quedaran los duelos contra Frank Lampard, el espadachín londinense que pugnaba por arrebatarle el balón en el tapete de Anfield o de Stamford Bridge según tocase la contienda. Azul contra rojo por un título de liga, rojo contra azul sentando cátedra para el exquisito pueblo británico y para el mundo. Español e inglés y el español con la leyenda red Steven Gerrard a su lado. Escudero y caballero, caballero y escudero en un binomio de batalla que henchía el pecho de The Kop. Dupla que marcó una época abriéndose camino en el corazón de los supporters a base de goles de falta marcados por la escuadra y de misiles desde fuera del área.

Cumplida su misión, el 14 con licencia para crear juego, atacar, defender y marcar, se llevó la brújula y el catalejo al Paseo de la Castellana. El graderío blanco se convirtió en su nuevo público y lo acogió como a uno más. Un nuevo lobo blanco para defender el escudo centenario.

Jerarquía, clase y entrega como carta de presentación; desplazamiento en largo como segundo nombre. Los finos modales de un caballero con balón al que no le hacía falta espada. Los galones no le pesaban en la chamarra blanca. De sargento primero a lugarteniente del general luso que arribó al vestuario vikingo con la mira puesta en devolverle la competitividad y el orgullo a la tropa de Florentino. Un equipo de niños con Xabi Alonso es un equipo de hombres, dijo en una ocasión el napoleónico José Mourinho. En la retina de todos los apasionados de este tiovivo de emociones llamado fútbol quedará para siempre la carrera del vasco recorriendo en traje y zapatillas -porte y elegancia hasta estando en la grada- la banda del estadio Da Luz en aquella noche imposible de Lisboa. Su última contribución al respetable del jardín de Chamartín, la última gesta del maestro Jedi guipuzcoano que emanaba Fuerza y midiclorianos hasta cuando no jugaba.

En el verano de 2014 los merengues despidieron con honores y salvas de artillería al teniente coronel que eclosionó con Rafa Benítez y que se raspó las rodillas en todos los campos de la Premier para después cambiar el rojo sangre por el blanco magia. El pupilo de Mou y guardaespaldas del círculo central del Bernabéu puso rumbo a tierras bávaras a cambio de un joven guerrero de los germanos del Bayern de Munich. A veces la vida es justa y coherente y Toni, el muchacho que entregaron los muniqueses, no tardó en salir del cascarón para convertirse en el justo heredero del comandante Alonso.


Mientras tanto, el hombre de fútbol se iba transformando en el director de orquesta con bastón de mariscal que hoy es el técnico del Bayer Leverkusen. En Munich Xabi Alonso aprendió un idioma, una cultura y una forma de trabajo. Nacía el sabio que comandaría a los cachorros de Renania-Westfalia. Alemania, la cuna de otro comandante con cetro y trono en el medio campo como Michael “Cañonazos” Ballack, había entregado a los españoles un lobezno y había ganado un catedrático doctorado en el pase largo y en el orden táctico. El genio de la física de los balones por alto otra vez de Erasmus. Quedaba poco para que se retirara de los coliseos de hierba el gladiador y para que naciera un maestro de la pizarra.




4 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo
bottom of page