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El bautizo

"El converso" lleva casi trece años en mi estantería y es uno de los más especiales que tengo.

En noviembre de 2006 yo era un niñato de catorce años que tenía muchos pájaros en la cabeza (casi tantos como ahora) sobre lo que era escribir y ser escritor. Visitaba París por primera vez y me faltó tiempo para asombrarme con cada calle, cada monumento y cada museo. Yo ya estaba enamorado de París, pero no lo supe realmente hasta que estuve allí. Además, en una velada de ensueño tuve la suerte de conocer a dos escritores profesionales: Karla Suárez y José Manuel Fajardo. Gracias a que mi madre había sido amiga de la infancia de Karla cenamos con ellos en su apartamento, el típico apartamento en el que yo sabía que vivían los escritores en París. Y allí, esa noche, José Manuel me regaló su novela "El converso", un libro maravilloso que se puede codear con cualquiera de Pérez-Reverte. Todavía recuerdo a José Manuel señalándome un plano del "San Juan de Gaztelugache", el navío donde se desarrolla la historia, y explicándome la de horas que se había pasado en él, escribiendo, corrigiendo, reescribiendo... Aquella noche fue mi bautizo como escritor. Aprendí mucho charlando con ellos, o más bien, escuchándolos, porque yo poco podía aportar.

Era la ciudad de los artistas, un frío y húmedo otoño, y una tertulia alrededor de una mesa acompañado de dos maestros del arte al que ya por aquel entonces había decidido entregar mi vida. Qué más se podía pedir. Aquella noche fui el niñato aspirante a escritor más feliz de todo París.

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