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Vivir con motivo

De todos los tópicos sobre la vida uno de los más manidos es sin duda el de que “la vida se pasa volando”, o el famoso carpe diem; pero olvidamos con frecuencia uno de los aspectos más importantes de la vida, un elemento diferenciador que le da sentido al hecho de estar vivo, y ese no es otro que la propia muerte.

Hablar de la muerte es tabú. Al margen de la religión, sorprende como en otras culturas la muerte está presente tanto espiritual como psicológicamente en el día a día de las personas. En estas sociedades incluso se llega a educar sobre la muerte. Pero nosotros preferimos ignorarla, hacer como si no estuviera, y rendimos culto a la belleza, a un “bienestar eterno” de cartón piedra, y vivimos en un mar de frivolidades creyendo que vamos a vivir para siempre.


Me sorprende cuando ante una muerte inesperada la gente exclama“¡Qué joven era!” como si la gente joven no pudiese morir, como si abandonar este mundo fuera algo sólo reservado para las personas mayores. Esta apreciación es otra muestra de una falta de educación ante la muerte.

Pienso que la mejor conclusión que se puede extraer de estar vivo es la de no dejarnos nada por hacer, la de atreverse, la de atreverse a equivocarse, la de no guardarnos nada; no guardarnos nada porque el momento es ahora, porque mañana no sabemos si seguiremos aquí, porque la cruda realidad es que nadie nos asegura que mañana sigamos aquí.

La muerte no debe ser ese monstruo o ese fantasma que nos acecha y que no queremos ni ver, del que no queremos ni oír hablar. La muerte debe ser estímulo; sí, estímulo y motivación; debemos darle la vuelta a la situación, debemos cambiar ese pensamiento nefasto que nos han inculcado durante siglos, debemos pensar, vivir, y actuar de la mejor manera pero no para abonarnos el terreno para el “más allá”, sino para sembrar todas las flores y los árboles que podamos en el jardín de nuestra vida, en esta vida porque no hay más, porque estar vivo es esto, y no hay nada más; porque el mañana es incierto, porque sólo tenemos el hoy, porque aunque tengas dieciocho, veinte, veinticinco, o treinta años nadie te puede asegurar que dentro una semana o de un mes sigas aquí. Sí, el carpe diem otra vez, pero no un carpe diem vacío y superficial, no el carpe diem que venden las marcas para que compres sus productos; no, yo hablo de una forma de hacer y de cultivar la vida en la que todo lo que sembremos sea por y para nosotros y los nuestros, cultivando los buenos valores, esos que son tan complicados, tan difíciles de gestionar y que por eso nos asustan tanto como el amor, la solidaridad, la generosidad; esos que son los que mejor nos hacen sentir y en los que podemos acabar decepcionados o perdidos.

De esta manera, considero que no hay mayor arma contra la muerte que cultivar la propia vida, y no hay mayor consciencia que la de tener la mente bien abierta y saber que estar o no estar vivo nos puede cambiar irreversiblemente en cualquier momento, y he ahí para mí el secreto de la vida: darlo todo sin tapujos, darlo todo e intentarlo todo sin pensar en el qué dirán cuando nuestra causa es noble, cuando somos honestos con nosotros mismos y con los demás, y vivir abiertamente; porque el haber ido a por todas será lo único que nos quede cuando ya no nos quede nada.



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