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El sueño de los justos

Shlomo baja la calle con su bicicleta.

El verano se siente todavía.

Eva no sabe que nunca volverá a verlo.

Shlomo no sabe que nunca volverá a ver a Eva.

El hogar común a dos manzanas de allí

se torna a un país de distancia al doblar la esquina.

Shlomo no volverá a ver a Eva.

El verano se siente todavía.

Varsovia estaba triste aquella tarde,

pero ni Shlomo ni Eva lo sabían.

Eva espera a Shlomo

y lo hará toda la vida,

y lo esperará toda la tarde.

Dos hombres oscuros en la encrucijada.

Uno le da el alto a joven.

Shlomo frena sorprendido.

El cielo se ha teñido de tonos pastel.

Eva espera a Shlomo.

El joven dice que viene de la biblioteca.

Shlomo iba a ser abogado.

El hombre oscuro es extranjero.

La calle solitaria,

siempre llena de hombres oscuros.

Eva dispone los platos en la mesa.

Los hombres oscuros le dicen a Shlomo

que los judíos no pueden salir de noche.

Shlomo cae de su bicicleta.

Muere la tarde.

Eva espera.


Eva llora.

No sabe que no volverá a ver a Shlomo.

Ahoga la noche.

La mañana se burla de Eva.

Ha ido su Hermano en busca de su enamorado.

Eva espera.

Sin nuevas de Shlomo.

El día se sucede.

La tarde agoniza.

Dónde está.

El mundo se llena de plomo.

Eva llora.


Shlomo amanece sin haber dormido.

Penumbra, frío.

Los hombres oscuros allí lo dejaron.

Una punzada de hambre.

Un dolor desesperado por Eva.

Orgullo y cuerpo duelen igual.

El orgullo duele más.

Shlomo rememora.

Una lluvia de puñetazos.

Wagner de fondo.

Quiere volver.

En el hogar todo dispuesto.

La mesa solitaria y Eva.

Se oyen gritos, voces, pasos.

Ella siempre lo espera.

Un hilo de sangre brota del labio.

Su prisión es no tenerla.


Eva desespera.

Eva llora.

Dónde está Shlomo.

Padre de pie pide que no se aflija.

Madre a su lado le agarra la mano.

Madre a su lado le sostiene el alma.

Hermano sigue en la busqueda.

Propios y extraños en busca del amado.

Día dos.

Shlomo no vuelve.

Varsovia sabe a plomo.

Eva llora.


Pasan los días.

Eva pierde las esperanzas

Shlomo tirita de frío,

llora de hambre,

languidece de soledad sin Eva.

Alguien llama a su puerta.

Chirrían de dolor las bisagras.

Se lo llevan.

Afuera la misma tarde,

congelada para siempre.

El mismo cielo color pastel.

La muerte sobrevuela

caprichosa vestida de rosa.

Se lo llevan.

Más hombres oscuros.

Más rostros cautivos.

Esclavos de su propio destino.

Obedientes de su tiempo sombrío.

Arranca el vehículo.

Se lo llevan.

Adiós vida.

Sholomo se pregunta dónde está su bicicleta.

Eva todavía lo espera.


Más lágrimas que mujer.

Así la encuentra el Hermano.

Shlomo está muy lejos, ha podido saber.

Ni boda, ni sueños.

Shlomo marcha a la muerte.

Eva, secos los ojos, interroga.

El mundo de los hombres es complejo.

Guerra. Guerra. Guerra.

Eva no maldice la guerra

porque es parte de la vida.

Dónde.

Nadie sabe.

Shlomo marcha a la muerte.

La mesa sigue puesta.

La comida pútrida

como el corazón tenebroso de los hombres.

Shlomo no ha vuelto.

Eva, sin lágrimas, llora.

No maldice la guerra

porque es parte de la vida.

Shlomo no ha vuelto.

La pena de estar viva.


Shlomo ya no siente.

Solo echa de menos a Eva.

El hambre son sus besos,

el frío son sus abrazos,

libertad es su cuerpo.

Shlomo es pobre entre los pobres.

Solo sus manos antes de morir.

Solo sus manos, suplica.

Ve otros como él

por todas partes cubriendo

el infinito con pieles pálidas.

También hombres oscuros.

Shlomo envidia a las púas de la alambrada.

La nieve le parece inocente entre tanto caos.

Quisiera ser de hierro

y de tanto que la ama quisiera no amarla.

La nieve es como Eva.

Otros querrían solo una manta.

Shlomo solo quiere

volver con ella a casa


También se la llevan.

El mundo ha entrado en combustión.

Padre, Madre, y Hermano la acompañan.

Todos marchan al lugar de los fuertes.

Ni boda ni sueños para Eva.

Eva lo sabe.

Shlomo se muere.

Ahora manda la muerte.

El Destino es paciente.

Cada cosa a su tiempo.

Los copos de nieve se posan inocentes.

Parte el convoy a la perdición.

Un niño llora, solo.

Una anciana cae de los camiones atestados.

Nadie la recoge.

El niño ya no llora.

La Muerte se impacienta.


El Destino une a los amantes.

El alma se encoje cuando el fin se acerca.

En el andén Eva busca a los suyos.

Una niña llama a su madre.

Eva grita en silencio que la vida

no puede ser eso.

Todo su ser se agita.

Shlomo la oye sin saberlo.

Aguarda en la pasarela

de los desafortunados.

Allí también un niño llama a su madre.

El espíritu le da un vuelco.

Eva es colocada en una fila.

El corazón se encoge.

El fin está cerca, rápido y directo.

Afortunada que no conocerá el infierno.

Su enamorado a cien pasos,

en otra fábrica de almas,

Nunca lo verá de nuevo.

El joven imagina a su amada

antes de que el gas se los lleve.

Ella libre, al fin, al menos.

Triste consuelo el de los ignorantes.

Bendito consuelo el que se consuela.

En la amalgama de cuerpos

Shlomo ya no tiene miedo.

En otro lugar muy lejos,

la cree recorriendo verdes prados

con el pelo al viento.

Nunca llega el agua prometida,

el gas le oprime el pecho.

Un hombre se desploma a su lado.

Una mujer le clava las uñas en el brazo.

Shlomo está viendo a Eva,

en otro mundo, su amada le dice

que el mundo no puede ser todo aquello.

Shlomo se despide.

Va en paz.

Eva es su último pensamiento.


Ni el hambre, ni el frío

de aquel invierno pueden con ello.

Adiós.

Ya nunca volverá a verla.

La besa y ella lo despide en la puerta,

Shlomo sonríe y sube a su bicicleta.

Será abogado.

Pero primero las nupcias.

Eva la novia más bella.

Shlomo se deja ir con la visión

de la última mañana.

Los hombres no pueden arrebatarles

los recuerdos a los hombres.

A un cielo y un infierno de distancia

se creen los dos amantes.

Pero el Destino une siempre a quienes se aman.

Shlomo no volverá a verla.

Cae inerte

a dos cámaras de la muerte

de distancia.

Eva se asfixia.

Su cuerpo consumido

se comprime entre tanta gente.

Madre, Padre, Hermano;

en el vagón: improbable.

Shlomo, su querido Shlomo.

Eva descubre el destino siempre sabido

de su prometido.

Si solo lo hubiera visto una vez más...

Cuantos besos, cuantos abrazos, cuanta pena;

ni sueños ni nupcias para Shlomo y Eva.

Una joven de su edad clava sus ojos en ella.

Los ojos desorbitados.

Le toma las manos como hacía Madre.

Le dice algo incomprensible.

Se marcha.

Eva no oye.

El mundo es un carrusel.

Cree ver a Shlomo

en el rostro de un anciano.

Quizás sea él.

La marca del terror,

los golpes y la angustia;

la última versión demacrada de su amado.

Pero Eva sabe que solo es un espejismo.

Así y todo lo amaría.

Entre sus brazos podría irse en paz.

Entre sus brazos nada teme, nada le falta.

Aquel gas quema, abrasa las entrañas.

Un niño se retuerce en el suelo indefenso.

Sobre él cae su hermana.

El niño ya no se mueve.

La hermana tampoco.

Ni amor, ni bodas, ni hijos para Eva.

Una eternidad atrás,

o solo instantes antes.

La misma agonía para Shlomo.

La hermana se mueve otra vez.

Una mano diminuta agarra sin fuerza su tobillo.

La empujan.

No oye.

Tampoco ve.

A veces sí.

Eva cae y sobre ella dos cuerpos.

Eva se ahoga y piensa en Shlomo.


Juntos.

En la gloria de los justos

Shlomo encuentra a Eva,

Eva encuentra a Shlomo.

Ella le pregunta dónde está su bicicleta.

Él le acoge entre sus brazos.

Con sus besos ya no tiene hambre,

con sus abrazos ya no tiene frío.

Shlomo le dice que se la dejó en la biblioteca.

Eva sonríe igual que en el portal la última mañana.

Shlomo estudia para ser abogado.




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