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Todo lo que te pierdes

La vida te cambia, desde luego. Pronto descubres que ya no puedes hacer las cosas que venías haciendo. De entrada, la familia y los amigos pasan a un segundo plano. Los momentos que antes disfrutabas junto a ellos simplemente se van, desaparecen. Es duro, sobretodo al principio. Cuesta adaptarte a ello, pero una vez que lo entiendes ya se hace todo más fácil.

Tus rutinas desaparecen. Olvídate de eso de levantarte, desayunar, ir a clase, volver a casa, los domingos el fútbol, en diciembre Navidad, en agosto la playa. Las rutinas se convierte en cosas del pasado. Aunque también se podría decir que tú mismo eres un elemento del pasado. Si no estás aquí es difícil de entenderlo.

Yo intento matar el tiempo como puedo. Sobretodo trato de no estar mucho tiempo en casa. Estar en casa es lo que más daño me hace. Salgo, doy un paseo, veo a la gente, voy a centros comerciales... A menudo por la mañana voy hasta el instituto. Me paro junto al portón de fuera y veo a mis antiguos compañeros antes de que entren a clase. Después continúo mi paseo o vuelvo a casa, según me encuentre en ese momento.

Y así paso el día.

La noche es más aburrida, y triste. Sentarte a ver la tele ya no llena. Leer no es posible. No sé porqué pero no se puede, es algo así como si lo hubieses olvidado. Así que sin leer y sin ese interés por la televisión y las cosas que antes te gustaban, las noches se alargan mucho. A veces hasta el amanecer.

Dormir lo que es dormir no se duerme. Como dije antes, esas rutinas tan cotidianas de dormir, comer, ir al baño; nada de eso existe. A veces es una ventaja, otras no. No tener sueño, no tener hambre está bien. Lo malo viene cuando te das cuenta de todo lo que ya no puedes ver, hacer, y sentir estando muerto.



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